Ocupé el cargo de ministro en un tiempo de revolución, y le puedo asegurar que no fue divertido

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El proceso de destitución de Schumperter fue largo y doloroso. En la reunión de gabinete del 15 de julio, Bauer volvió a lanzar una acusación contra él, esta vez de sabotear la “socialización” de los recursos básicos al confabularse con la compañía italiana Fiat para cederle un importante negocio minero y maderero austriaco, imposibilitando así su nacionalización. Schumpeter trató en vano de defenderse diciendo que si había entablado negociaciones con un agente de bolsa extranjero llamado Kola había sido para tratar de conseguir oro y divisas fuertes con lo que apuntalar la corona. Dos semanas después, sufrió la humillación de tener que defender el proyecto gubernamental de hipotecar o vender varias “obras de arte inmortales” de la nación, entre ellas valiosos tapices gobelinos del emperador. Era la única forma de conseguir la moneda extranjera necesaria para comprar alimentos en otros países, pero Schumpeter advirtió sombríamente: “Este sistema no se puede utilizar a menudo”, y terminó suplicando a los diputados que aprobaran su presupuesto: “El mayor problema del Estado sería tener que superar los próximos tres años sin la quiebra de la administración y sin la emisión de más papel moneda”, insistió, sabiendo que sus argumentos caían en saco roto. Fue su última intervención en el Parlamento.

A mediados de octubre, totalmente aislado y constantemente ridiculizado en los medios de comunicación, Schumpeter fue por fin destituido oficialmente. El procedimiento y las circunstancias fueron tan crueles que un periódico liberal acusó a Renner de difamación. Y para colmo, se inició una investigación que duró varios meses contra varias de las medidas adoptadas cuando Schumpeter era ministro de Economía. El banquero Felix Somary señaló que “Schumpeter se lo tomaba todo con tranquilidad” y atribuyó su frialdad a su formación en el Theresianum, “donde los alumnos aprendían a cultivar la serenidad y no mostraban sus emociones en ninguna circunstancia. Había que dominar las reglas del juego de todos los bandos e ideologías, evitando los compromisos”. No obstante, en su fuero interno, Schumpeter estaba destrozado. Quedó convencido de que carecía de “la cualidad del liderazgo”, y ver cómo se frustraban las esperanzas de su madre volvió aún más dolorosa la humillación pública. El hecho de que los siguientes programas de estabilización que los aliados elaboraron para Austria se basaran en el suyo o de que el mismo gobierno que le había destituido se considerase “incapaz de gobernar el país” no atemperaron su sensación de fracaso. Más tarde, cuando le preguntaron por esta experiencia, se limitaba a decir: “Ocupé el cargo de ministro en un tiempo de revolución, y le puedo asegurar que no fue divertido”.

En noviembre, cuando Wieser regresó de Londres, se encontró con que sus conocidos seguían hablando de los problemas de Schumpeter. Wieser observó: “Al parecer, todos los partidos consideran que Schumpeter ha caído en desgracia. Hasta los economistas jóvenes que lo veían como su líder han dejado de contar con él. Nadie espera ya nada de él”. Para sus antiguos admiradores, Schumpeter había perdido su prestigio. Después de pasar dos trimestres lamiéndose las heridas en la Universidad de Graz, Schumpeter hizo como tantos otros altos funcionarios y se pasó al sector privado.

Fue una decisión muy oportuna, ya que el derrumbe de las esperanzas de futuro de Austria coincidió con un momento de auge del mercado bursátil y un frenesí de negociaciones. Un observador describió la situación así: “las cotizaciones empezaron a ajustarse de día en día al valor cada vez más bajo de la moneda. Los capitalistas intentaban salvar sus capitales de la depreciación invirtiendo en billetes y pagarés. (…) La bolsa especulaba con la caída continuada de la corona. El valor de cambio de esta respecto a otras monedas cayó más de prisa que su capacidad adquisitiva interna. En consecuencia, los precios en Austria se situaron muy por debajo de los precios del mercado mundial, lo cual permitía obtener grandes beneficios exportando productos austriacos”.

En una tardía muestra de aprecio, el Parlamento compensó a Schumpeter con la concesión de una licencia bancaria, licencia que en 1921 le permitió acceder a la presidencia de un banco pequeño pero antiguo y prestigioso. Schumpeter había gastado todos sus ahorros y había contraído fuertes deudas para mantener un estilo de vida demasiado lujoso para un simple político y profesor de universidad. Por eso necesitaba ganar dinero.

Este texto fue tomado de:

Nasar, S. (2012). La gran búsqueda. Una historia de la economía (p. 607). Debate.

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